Niñeras en el Golf



Las guardianas de los niños





No los pierden de vista y los tratan como si fueran de ellas. Es el trabajo de las mujeres en casas ajenas: las nanas.


Por Rodrigo León.














El sol ilumina cada rincón de la capital y las temperaturas de a poco se elevan sobre lo esperado para los especialistas.
Los bebestibles provocan un alivio ante el caluroso ambiente que se vivían por el sector oriente de Santiago.

Es un típico viernes de octubre y son alrededor de las cuatro y media de la tarde. Lentamente las calles se aglomeran de gente. Los celulares ya no suenan como cualquier otro día de la semana, todos quieren desconectarse de una buena vez. Los rostros de cada individuo que se cruza con otro, sólo dejan entrever un acumulado agotamiento.

Es viernes, sí. El comienzo de un descanso para todos los oficinistas, pero no para los más pequeños. Las plazas aledañas a la avenida principal, Apoquindo, se encuentran inundadas de niños jugando en la arena o disfrutando de los juegos puestos por la Municipalidad de Las Condes. La Plaza Loreto y Perú son los puntos clave.

Hasta allí no llegan solos, porque son siempre custodiados por mujeres contratadas por sus padres para cuidar de ellos. Hablamos de asesoras del hogar o comúnmente conocidas como nanas.

Entre los gritos, las risas y el llanto de algún desvalido, ellas se juntan en las bancas y comienza su conversación, llena de rumores del barrio o simplemente para comentar alguna teleserie o programa de televisión, pero siempre priorizando su atención en los pequeños.


“No tuve otra opción”

Ruth Díaz, una señora de avanzada edad, pelo claro y teñido, de cara arrugada y un muy descuidado físico, lleva cuatro años ejerciendo este trabajo.

Oriunda de San Bernardo, trabaja de lunes a viernes en un horario que no sobrepasa las diez horas diarias. Ahí, ella se encarga del aseo de todo el inmueble y, sobre todo, del cuidado de la niña de la casa.

“En un momento quedé cesante y una amiga me recomendó trabajar de esto. No tuve otra opción.”, cuenta totalmente relajada mientras no le quita los ojos de encima a la pequeña que se desliza por un resbalín.

Según lo que ella contó, la relación con sus patrones no es de las mejores. Sobre todo con la dueña de casa. “Ella tiene cáncer, entonces su humor no es el de los mejores entonces al final, soy yo la que cargo con todo eso”. Con su patrón, no tiene problemas. “Es una persona encantadora y bien simpática”.

Ella no va todos los días a la Plaza Loreto con la pequeña, los días soleados y cuando no tiene que hacer tantas cosas en la casa son los elegidos por Ruth para dar un pequeño paseo. Además porque “la niña es muy frágil a los cambios de temperatura, entonces por lo general en esta época, cuando el clima es bien inestable, la saco poco de la casa”.

“Me encantan los niños”

Un caso muy distinto al de Ruth, es de Magdalena Castro. De apenas 20 años, proveniente de Curicó. Mientras sostiene el coche, donde el niño chupa una pelota de plástico, y un tanto tímida cuenta su historia.

Llegó a Santiago hace apenas dos meses, con el propósito de comenzar desde cero. Gracias a su mamá, Magdalena encontró el trabajo de niñera y lleva poco más de un mes cuidando a un bebé de dos años. Pese a que vino a Santiago con otras expectativas, ella aceptó el empleo, simplemente porque le encantan los niños.

De la relación con sus patrones no tiene de qué quejarse. “Ellos han sido un siete conmigo. Me llevo súper bien con los dos”.

Magdalena divide su tiempo entre el trabajo y los estudios. Por las noches estudia en una escuela para adultos, para terminar su enseñanza media. Los fines de semana, como no trabaja, viaja a su ciudad natal para estar con su familia, y finalmente el lunes vuelve a la rutina.
Al igual que Ruth, esta joven no va todos los días a la plaza con el pequeño, sólo los días en que “está bonito”, según ella.

Son muchas las que no quisieron contar sus historias. ¿Vergüenza? ¿Miedo? Ellas sabrán responder. Lo que sí es cierto, que gracias a estas mujeres, muchos padres del sector se sienten un poco más aliviados al saber que sus hijos están siendo cuidados por alguien de confianza.


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