El lente que captó
las rancheras


En la calle Exposición no todo es fácil. Y bien lo sabe Ángelo Fernández (45), vendedor de la Casetera Top 90’ desde hace 18 años. Su fracaso como fotógrafo lo hizo cambiar de rubro completamente y ahora sólo se dedica a disfrutar de la música, como el único arte que no se le negó.






Por Cristina Durán

kitty.cdn@hotmail.com

Entrando por la calle Meiggs, todo parece salido de una historia aún no contada. El calor de las calles que se vuelve efervescente con el cemento, los viejos edificios con su pintura descascarada y el aspecto de una vida pasada, quedan como el paisaje de fondo al momento de decorar desde umbrales a postes, según la nueva fiesta que vendrá. El negro y naranjo no sólo están en los globos, que muchas veces forman puentes, sino también por grandes pilas de calaveritas de plásticos, disfraces de esqueletos y gorros de brujas. Aún así, al contrario de todo esto, sólo falta un ingrediente para eclipsar la vista de cualquier persona, es que tal mar humano rodea estos colores sin importar la hora ni el día. Siempre hay una fiesta, siempre hay telas rojas en el suelo con juegos y discos pirateados, también nunca va a faltar la música alegre y los gritos desesperados de vendedores hacia mujeres, que mantienen sus carteras tan juntas como si ya fueran parte de su propio cuerpo. Todas las casas son negocios de ropa, pulseras y máscaras. Y todas las calles que envuelven a esta son así también. Y ahí, en medio de todo este revoltijo, se encuentra una pequeña tienda de CDs.


Años de experiencia


La Caseteria Top 90’ por fuera parece una más de tantos negocios que se encuentran en la calle Exposición. Sólo al entrar se puede percatar de que todo es tan distinto como los pensamientos de cada persona. Las paredes están llenas de carátulas de discos de rancheras, boleros y cantantes de la nueva ola. Sólo el techo se salva de esto, porque no es más que poseedor de un blanco grisáceo producto del polvo y los años. Aparte de la mesa de vitrina tan llena de CDs como las paredes, el único mueble visible es el encargado de dar vida a todo esto. En el descansan dos radios de mas de dos décadas y encima está un reluciente DVD en el que suena fuerte Los Kuatreros del Sur. Entre todo esto está Ángelo Fernández, quién con una polera azul se mueve de un lado a otro, buscando títulos y cantantes mientras tararea la canción con una concentración única. Se sabe cada nombre y la ubicación de cada uno de los miles que tapizan el lugar. “Son años de experiencia”, dice riendo este trabajólico vendedor que lleva casi 20 años de amor a la música. Moreno y con una ancha nariz se ríe mientras atiende como si fuera su propio negocio. Es que aquí “el que no vende barato, no vende y el que no sabe es jefe”, dice riendo y alabando la verdad, ya que aquí nada pasa los tres mil pesos.

Es incluso una obligación ser alegre y rápido, “la gente que viene aquí es la misma de hace años” dice. Es que basta con estar unos momentos y saber que la ancianita que pide un CD sabe más, a veces, que un mismo crítico de música.

Santiago oscuro


La vida no ha sido fácil para Ángelo Fernández, como alguna vez pensó, “No todo es música” y más que eso, alguna vez quiso hacer otra cosa. Corrían los ochenta y Ange como le dicen sus amigos, se embarcó en el túnel sin salida de un arte mal pagado. Estudió fotografía con la ilusión juvenil de que lograría algo grande. Pero nada fue bueno y nunca pudo hacer lo que más quería, sacar una foto al Santiago oscuro. Para él fue la dictadura quién nunca apoyo a los jóvenes ni a nadie en general. Entre la crisis y el desempleo no tuvo otra opción más que trabajar en algo que le diera para alimentar a su familia. Opto por el bullicioso barrio Meiggs y entre vender ropa o bolsos se quedó en la “La Casetera”. A la que poco a poco fue tomando un gran cariño, y según él, sólo se demoró dos años en aprender cada uno de los discos de los estantes. Aunque, aún así esto no recompensa lo que alguna vez le quitaron, sólo basta con ver sus ojos que al mencionar el tema no transmiten más que decepción y amargura. Se consuela con pensar que estas cuatro paredes son su segundo hogar en donde cada vez aprende algo nuevo “Se transforma en una escuela, es como estudiar música, quizás me fui de un arte a otro”, dice.

Junto con su compañera de años, de un rebosante pelo rojo intenso, se preocupan de atender lo mejor que se pueda a los clientes, o como declara Ange: “Acá sobrevivimos”

La dulce realidad


En la Casetera suena una canción de Marissa. Ángelo, que habla y se mueve para todos lados, de un segundo a otro, se queda pasmado, ladea su cabeza y cambia la música. “Ahora sí”, dice para seguir, mientras que se escucha Santo Chávez. Hacia fuera, por donde pasa rostros rosados, producto de un calor sofocante, entra un chico de unos quince años, le dice algo casi inaudible y se va corriendo. “Así es acá”, dice suspirando. “Al contrario de lo que se piensa, no hay robos en la tienda, eso si no hay nada que hacer afuera. Si cruzas esta calle para arriba, estas por ti solo”, dice él. No hay nada que hacer, cada vendedor sabe quién roba y cada ladrón sabe la vida entera de quién vende.”Si pasa algo y yo hablo o denuncio te encargo el día siguiente” dice entre broma y broma Ángelo, que ya ve como rutina a pequeños niños corriendo con carteras.

Pero, además de delincuencia, también hay competencia. Por cada cuadra hay por lo menos tres tiendas del mismo producto. “Uno se acostumbra a que te digan, ¿No hay rebaja?, entonces me voy a la tienda de al lado”, dice Ange con irrelevancia. Esto no sólo crea menos ventas, sino también la “mala onda” con los vecinos. “No es que nos odiemos, sólo un saludo de caballero y nada más, después de todo éste es un barrio de comercio, un barrio de competencia” comenta mientras corre a cambiar una nueva canción. Ahora tocan los Charros de Lumaco.

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