las rancheras
En la calle Exposición no todo es fácil. Y bien lo sabe Ángelo Fernández (45), vendedor de la Casetera Top 90’ desde hace 18 años. Su fracaso como fotógrafo lo hizo cambiar de rubro completamente y ahora sólo se dedica a disfrutar de la música, como el único arte que no se le negó.
Entrando por la calle Meiggs, todo parece salido de una historia aún no contada. El calor de las calles que se vuelve efervescente con el cemento, los viejos edificios con su pintura descascarada y el aspecto de una vida pasada, quedan como el paisaje de fondo al momento de decorar desde umbrales a postes, según la nueva fiesta que vendrá. El negro y naranjo no sólo están en los globos, que muchas veces forman puentes, sino también por grandes pilas de calaveritas de plásticos, disfraces de esqueletos y gorros de brujas. Aún así, al contrario de todo esto, sólo falta un ingrediente para eclipsar la vista de cualquier persona, es que tal mar humano rodea estos colores sin importar la hora ni el día. Siempre hay una fiesta, siempre hay telas rojas en el suelo con juegos y discos pirateados, también nunca va a faltar la música alegre y los gritos desesperados de vendedores hacia mujeres, que mantienen sus carteras tan juntas como si ya fueran parte de su propio cuerpo. Todas las casas son negocios de ropa, pulseras y máscaras. Y todas las calles que envuelven a esta son así también. Y ahí, en medio de todo este revoltijo, se encuentra una pequeña tienda de CDs.
Es incluso una obligación ser alegre y rápido, “la gente que viene aquí es la misma de hace años” dice. Es que basta con estar unos momentos y saber que la ancianita que pide un CD sabe más, a veces, que un mismo crítico de música.
Santiago oscuro
La vida no ha sido fácil para Ángelo Fernández, como alguna vez pensó, “No todo es música” y más que eso, alguna vez quiso hacer otra cosa. Corrían los ochenta y Ange como le dicen sus amigos, se embarcó en el túnel sin salida de un arte mal pagado. Estudió fotografía con la ilusión juvenil de que lograría algo grande. Pero nada fue bueno y nunca pudo hacer lo que más quería, sacar una foto al Santiago oscuro. Para él fue la dictadura quién nunca apoyo a los jóvenes ni a nadie en general. Entre la crisis y el desempleo no tuvo otra opción más que trabajar en algo que le diera para alimentar a su familia. Opto por el bullicioso barrio Meiggs y entre vender ropa o bolsos se quedó en la “
Junto con su compañera de años, de un rebosante pelo rojo intenso, se preocupan de atender lo mejor que se pueda a los clientes, o como declara Ange: “Acá sobrevivimos”
La dulce realidad
En
Pero, además de delincuencia, también hay competencia. Por cada cuadra hay por lo menos tres tiendas del mismo producto. “Uno se acostumbra a que te digan, ¿No hay rebaja?, entonces me voy a la tienda de al lado”, dice Ange con irrelevancia. Esto no sólo crea menos ventas, sino también la “mala onda” con los vecinos. “No es que nos odiemos, sólo un saludo de caballero y nada más, después de todo éste es un barrio de comercio, un barrio de competencia” comenta mientras corre a cambiar una nueva canción. Ahora tocan los Charros de Lumaco.
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